sábado, 9 de febrero de 2008

Extracto de una novela corta



PACO YUNQUE VISITA AL SEÑOR VALLEJO

Por: Luis Freire Sarria

(Extracto de la novela “César Vallejo se aburrió de seguir muerto en París”)

Cuando el peso del sol sobre sus párpados le abrió los ojos, Vallejo encontró en medio del jardín a un niño con un libro y un cuaderno en la mano que le clavaba la mirada con enorme curiosidad sobre un mar de lágrimas congeladas en sus mejillas. Se enderezó sobre la silla de paja en la que había estado durmiendo, recogió su narrativa completa caída lomo arriba sobre el pasto y se acomodó la ropa.

— ¡Hola! — le sonrió, pensando que se trataba de algún sobrinito o amiguito de Constanza.

— Buenos días, señor Vallejo — respondió el niño con un susurro.

— Ah, me conoces. ¿Cómo te llamas?

— Paco Yunque, señor.

Vallejo pegó un salto en la silla, vio la expresión la expresión tímida y sonrojada, la ropa pobre pero limpia, el libro, el cuaderno, el lápiz y las lágrimas gachas y avergonzadas que había imaginado en 1,931. Paco Yunque no estaba llorando, pero su factura literaria le impedía sacudirse de la última línea del cuento que venía protagonizando desde aquella vez que Vallejo lo escribiera en Madrid, porque paco Yunque acababa de saltar de su cuento al jardín de Constanza, había aparecido de pronto, carne en un instante, en el preciso momento en que Vallejo se dormía después de haber releído “Paco Yunque” en la edición de su narrativa completa publicada por PETROPERU. Maxi, el husky siberiano de Constanza llegó trotando desde el otro extremo del jardín y olfateó a Paco Yunque hasta las rodillas, le dio una vuelta a su alrededor y se le sentó delante, mirándolo fijamente con una muñeca en el hocico. Yunque se apartó unos pasos del perro, lobo feroz, lobo feroz.

— Es manso, mira — lo tranquilizó Vallejo. Acarició al animal, le sacó la muñeca y la lanzó con tan mala puntería, que fue a caer en medio de las plantas medicinales.

— ¡Ahí no, Maxi! — gritó, corriendo hacia la huerta, pero el perro ya había metido las patazas entre los surcos y volvía con la muñeca y flores de manzanilla entre los pelos. Estuvo saltando alrededor de Vallejo, juega conmigo, juega conmigo, pero como no le hacían caso, se tendió a mordisquear su juguete. Vallejo llevó cariñosamente a Paco del hombro hacia una mesa de metal con sombrilla, sobre la que había una fuente con frutas, cogió una granadilla, la abrió, sacó la pulpa con una cuchara y se la ofreció. Paco tomó la cuchara más porque se la daban que por ganas de comerla.

— ¿Dices que eres Paco Yunque? — le preguntó Vallejo, sin forzarlo a comer.

— Sí, señor Vallejo, usted me escribió.

— Yo te creo, Paquito.

— Vi que usted me estaba leyendo en su jardín y me escapé de la clase para hablarle, señor Vallejo.

— ¿Así? ¿Y qué querías decirme?

— Me van a dejar recluso y yo no voy a ir a mi casa porque no entregué mi ejercicio sobre los peces, pero yo sí lo hice, usted sabe que lo hice porque me escribió, dígale al profesor, por favor, dígale que sí lo hice.

Vallejo acarició la cabeza de Paco, su mano estaba tan cargada de amor, que el niño se sintió inmensamente querido y confió más que nunca en su autor.

— ¿Tú sabes lo que pasó con la hoja de tu cuaderno?

— No sé, señor Vallejo, la busqué y ya no estaba.

— Humberto Grieve la arrancó y se la presentó al profesor como si fuera suya — le reveló Vallejo.

Paco Yunque enrojeció de cólera, luego agachó la cabeza, alarmado por el miedo a denunciar a quien era el hijo de su patrón, un mechón de su pelo resbaló por su frente y se bañó en la pulpa de la granadilla que seguía intacta en su cuchara.

— Acúsalo al profesor, yo te respaldo — lo animó Vallejo.

— Pero el niño Humberto Grieve es grande y abusivo, me va a pegar — tartamudeó Yunque.

— Entonces, díselo a Paco Fariña, dile que le diga al profesor que él lo vio arrancar la hoja de tu cuaderno, tus compañeros te van a apoyar, te lo digo yo, que los escribí a todos.

Paco Yunque se llevó la cuchara a la boca y se tragó la granadilla en silencio. Estaba gozando.

— Gracias, señor Vallejo. ¿Ahora me puedo ir?

— Vuelve a tu clase, te doy permiso.

Paco Yunque corrió por el jardín hacia la puerta de la casa. Mientras se la abrían, la trama de Paco Yunque cambiaba en todas las ediciones, en todas las antologías, en todos los ejemplares, inclusive en los textos escolares y en todas las traducciones del cuento.